martes 23 abril 2019, 03:24

Aline Reis, la búsqueda incesante de un sueño

  • La arquera brasileña aspira a jugar su primer Mundial

  • Volvió a la Seleção tras su aventura estadounidense

  • A los 30 años, cuenta qué pasa por la cabeza de las porteras

Aline Reis no sabe lo que significa bajar los brazos. Después de su exitosa trayectoria como futbolista en la Universidad de Florida Central (UCF) y de vivir una breve experiencia profesional en Finlandia, Reis decidió centrar su atención en ser entrenadora, actividad que compaginó con sus estudios en ciencias del deporte.

A continuación, ejerció tres años como entrenadora de porteras en la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), y fue entonces cuando comprendió que aún estaba a tiempo de cumplir su sueño de jugar con la selección brasileña.

Ver a Brasil en la Copa Mundial Femenina de la FIFA Canadá 2015™ fue un punto de inflexión para ella. Gracias al apoyo de su familia y de Amanda Cromwell, su entrenadora en la UCF y en la UCLA, Reis decidió subirse a un avión para regresar a Brasil. Y es en este punto donde empieza nuestra charla.

¿Qué ha hecho para volver a la selección?

Por un lado, entrenar, pero me han hecho falta muchas cosas más. Por ejemplo, tener un plan. Porque, por mucho que me esforzara en Estados Unidos, no iba a conseguir atraer la atención del cuerpo técnico de la selección. Así que lo dejé todo. Después de vivir diez años en Estados Unidos, tuve que volver a Brasil, jugar en la liga brasileña, que los técnicos me vieran, hacerles saber que estaba aquí y demostrarles de lo que soy capaz. Y eso he hecho.

Cuando tomé la decisión aún estaba entrenando en la UCLA, y la temporada no había terminado, con que empecé a prepararme por mi cuenta al tiempo que dirigía a mi equipo. No fue fácil compaginar horarios. En diciembre, cuando acabé, regresé a Brasil para jugar en el Ferroviária, un club de mi país con mucha historia y solera. Me puse en contacto con los responsables de la selección, porque quería que supieran que lo mío iba en serio. ‘¿Saben? Ya sé que no me conocen mucho, pero tienen que verme jugar. Fíjense en mí, por favor. Vean mis partidos y vean el trabajo que estoy haciendo. Así, podré tener al menos una oportunidad para que me convoquen y me vean en primera persona’, les dije.

¿Qué clase de sacrificios tuvo que hacer para alcanzar este nivel?

Llegar a este nivel es una cosa, pero mantenerse es otra muy distinta. Cuando empecé a entrenar para volver a jugar de portera fue complicado, porque a mi cuerpo no le resultó fácil, sobre todo después de haberlo dejado apartado cuatro años. Y eso que estaba acostumbrada a los golpes y a todo lo que conlleva ser arquera. En esos momentos, te das cuenta de que ser portera requiere una preparación física completamente distinta. No tenía nada que ver con lo que había estado haciendo.

Tuve problemas, sobre todo físicos. Pasé de no jugar nada en cuatro años a volver y jugar al máximo nivel. Es un problema psicológico más que otra cosa. Fue interesante ver la fortaleza mental que tuve que desarrollar. Porque siempre van a pasar cosas que escapan a tu control. Lo que hay que hacer es lidiar con ellas de la mejor manera posible para no tener que renunciar a tu sueño.

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Háblenos de lo que pasa por la cabeza de una arquera. ¿Qué mentalidad se requiere para triunfar en esta demarcación?

Por encima de todo, creo que a una arquera ha de gustarle asumir la responsabilidad. No es precisamente la posición que prefiere la mayoría, porque todo el mundo quiere ser delantero o centrocampista y meter goles. Nosotras hacemos justamente lo contrario: los paramos. No se nos permite cometer fallos, pero somos humanas y los cometemos. Por eso hay que pensar: ‘Tengo que estar a mi máximo nivel. He de estar concentrada al 100 % cada vez que salto a la cancha, porque, si cometo un error, no tengo a nadie detrás para enmendarlo’. El resto de demarcaciones son distintas, y los pequeños errores son muy habituales.

Y, aunque las arqueras practicamos un deporte de equipo, a veces sentimos cierta soledad. Es algo que me sigue pareciendo maravilloso, y también una de las razones por las que decidí ser portera. Es estimulante y exigente al mismo tiempo. Y diferente: llevamos colores diferentes y somos de una clase diferente. A los niños y niñas a los que entreno les digo que es una posición especial, que cometemos errores de vez en cuando, pero eso no es lo que nos define. Lo que nos define es cómo nos comportamos después de cometer esos fallos.

¿En qué aspectos ha fortalecido su mentalidad desde que empezó hasta ahora?

De pequeña siempre fui muy resuelta y crítica conmigo misma. Siempre ha sido un rasgo de mi carácter. Casi nunca me esperaba a que mi madre o mis profesores me dijeran: ‘¡Qué bien lo has hecho, Aline!’. Siempre fui muy autocrítica. Sabía cuándo algo estaba bien, cuándo lo estaba haciendo bien, pero también cuándo tenía que aplicarme más para mejorar. Siempre pensé que, hiciera lo que hiciera, tenía que hacerlo bien. Para mí, era una cuestión de orgullo.

Ya tenía esa mentalidad cuando, a los 18 años, me mudé a Estados Unidos para empezar la universidad. Siempre fui muy decidida y tenía mucha disciplina. Pero, al llegar a Estados Unidos, la gente de mi alrededor me ayudó a ir un paso más allá. Yo ya poseía esas cualidades, pero no sabía muy bien para qué me servían. En algunos casos, ni siquiera sabía que las tenía. No obstante, cuando llegué a la universidad y empezamos a estudiar y debatir sobre ello, comprendí que la fortaleza mental desempeñaba un papel clave en el fútbol, y que había ayudado a muchos deportistas a pasar de ser buenos a ser extraordinarios. Fue entonces cuando entendí que yo tenía esa mentalidad, pero que debía seguir cultivándola. Al fin y al cabo, es como entrenar aquello para lo que tienes talento.

Cuando comete un fallo, ¿qué conversaciones mantiene Aline consigo misma?

[Ríe] Siempre ando analizando cosas y pensando en cómo podría mejorar. Después de los partidos veo todas mis jugadas, las paradas y los goles, e intento descubrir cómo podría hacerlo mejor. Cuando era más joven, lo primero que pensaba cuando cometía un error era: ‘¿En qué he fallado? ¿Qué podría haber hecho mejor?’ No dejaba de darle vueltas. No es malo ser así, pero es mejor no hacerlo durante un partido. Tuve que aprender a dejar esos pensamientos para luego de los partidos. Y así es como he mejorado con el paso de los años. Ahora, cuando fallo, lo primero que me digo es: ‘Aline, lo más importante es que sigas concentrada en el partido’.

Lo de ser arquera, ¿le llegó o lo buscó? ¿Encajaba con su personalidad naturalmente?

[Ríe] Creo que me llegó, porque, si hubiera sido más racional, ¡nunca habría decidido ser arquera! Pero tampoco soy el estereotipo de guardameta. Si alguien me mira y tiene que adivinar en qué posición juego, nunca diría que soy portera. De modo que sí, que lo de ser arquera me llegó cuando todavía era pequeña, cuando aún no sabía si iba a crecer mucho o poco [ríe]. Siempre me ha gustado.

Y siempre conté con el respaldo de mi familia. Fue muy importante para mí. A menudo, en el fútbol femenino, muchas chicas lo pasan mal en su propia casa por culpa de los prejuicios y la visión que siguen teniendo algunos de este deporte. Sus padres les dicen que el fútbol no es para chicas, que se dediquen a otra cosa. A mí, saber que mi familia me apoyaba me dio mucha fuerza. Ellos siempre me han apoyado y han querido que haga lo que más me gusta y aquello con lo que me siento bien. Y digo todo esto porque, cuando tenía diez años, fueron ellos quienes me apuntaron a un cursillo para arqueras. Y ahí es donde empezó todo.

¿Cómo se definiría como arquera?

El mejor consejo que me ha dado nunca una entrenadora es que debes centrarte en aquello que puedes controlar. No vas a ser más alta, ¿verdad? Ya has dejado de crecer. Pues bien, olvídate de tu estatura. Tienes que centrarte en todo lo demás para poder ir a entrenar, dedicarle horas, progresar y ser mejor. Si lo consigues, nadie volverá a hablar de tu estatura nunca más.

Y también empecé a ser buena con los pies. Después del Mundial masculino de 2014, todos hablaban de que los porteros tenían que saber manejar el balón con los pies, pero yo ya lo hacía de antes. Y, como no soy muy alta, en el gimnasio procuraba al menos saltar cada vez más alto. Necesito fuerza para compensar mi estatura.

En estos momentos, soy una estudiosa del juego. Me gusta estudiar y observar en qué he fallado. Leo bien los partidos, o al menos eso creo [ríe]. Soy buena tomando decisiones, y eso es vital. Da igual que reúnas las condiciones físicas necesarias o que seas buena técnicamente, porque, si no tomas buenas decisiones, estás muerta. Y, cuanto más completa pueda ser como arquera, mejor. Aunque mida 1,63 m.