jueves 30 julio 2020, 06:01

Uruguay pega el primer grito sagrado

  • La Celeste había librado una dura batalla por el oro de 1928

  • Discutieron sobre si usar un balón argentino o uruguayo

  • Argentina, digno rival

El Torneo Olímpico de Fútbol París 1924 significó un hito en la historia del deporte rey, ya que por primera vez se enfrentaron oficialmente selecciones de Europa con las del resto del mundo. La final, presenciada por 50.000 espectadores, coronó con la medalla de oro a Uruguay, que sorprendió a muchos al golear a Suiza por 3-0.

El éxito de la competición aceleró los planes del presidente de la FIFA Jules Rimet de organizar un campeonato mundial independiente del Comité Olímpico.

El Congreso de la FIFA recién aprobó el proyecto el 26 de mayo de 1928 en Ámsterdam, la misma ciudad donde días después los uruguayos se colgarían su segunda presea dorada, ahora a expensas de Argentina por 2-1.

Así, fueron seis los países que se postularon como sede de la primera Copa Mundial de la FIFA, a disputarse a mediados de 1930. A las candidaturas de Italia, Hungría, Países Bajos, España y Suecia se les sumó la de Uruguay, que defendió su postulación por ser doble campeón olímpico y por celebrar ese año el centenario de su independencia.

La elección de la nación sudamericana provocó críticas y deserciones, pero la concreción del Mundial también generó un sinfín de anécdotas inolvidables, en el marco de un mundo que convivía con los coletazos de la Gran Crisis financiera de 1929 y con profundos cambios político-sociales, como el movimiento liderado por Mahatma Gandhi en la India o los golpes militares en América del Sur.

Deportivamente, el torneo superó las expectativas de la FIFA y tuvo la final soñada: de un lado, el laureado dueño de casa; del otro, el clásico rival rioplatense ávido de revancha tras su derrota en Ámsterdam. A continuación, FIFA.com recuerda aquel 4-2 que le permitió a Uruguay transformarse en el primer campeón mundial de la historia

El contexto

Favoritos en la previa, los vecinos del Río de la Plata cumplieron con los pronósticos y llegaron al duelo decisivo con pleno de victorias. Argentina lo hizo con una más porque integró el Grupo 1, el único de cuatro equipos.

La Albiceleste mostró en el camino un notable poder de gol, al promediar cuatro por encuentro en sus triunfos sobre Francia (1-0), México (6-3), Chile (3-1) y Estados Unidos (6-1).

Uruguay, en cambio, hizo gala de su férrea defensa y obtuvo el Grupo 3 con el arco invicto, producto de un apretado triunfo ante Perú (1-0) y uno más holgado sobre Rumanía (3-0). Sin embargo, se destapó en la semifinal frente a Yugoslavia (6-1), a la que vapuleó luego de comenzar perdiendo.

Así, la rivalidad de 28 años entre uruguayos y argentinos, que se habían enfrentado recientemente en las finales de las Copas América de 1926 y 1927, estaba a punto de vivir un momento único e irrepetible hasta el presente.

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El partido

Los dos presentaron el mismo esquema táctico, el 2-3-5 típico de aquella época. Hasta allí, en Uruguay habían descollado el zaguero y capitán José Nasazzi, el mediocampista José Andrade y los delanteros Héctor Scarone y Pedro Cea.

En Argentina, por su parte, habían sobresalido el defensor Luis Monti y los atacantes Carlos Peucelle y Guillermo Stábile, a posteriori máximo artillero del torneo.

Todos imaginaban un duelo áspero, pero no que la final comenzara a disputarse antes del pitazo inicial…

¿Qué pasó? Cómo no había un balón oficial, ambos capitanes acudieron al sorteo con la pretensión de imponer el suyo. El árbitro belga Jean Langenus arrojó al aire la moneda y el destino quiso que el primer tiempo se jugase con la pelota argentina.

Sin embargo, fue el dueño de casa el que abrió temprano el marcador, a través de un remate de Pablo Dorado que se coló contra el primer palo del arquero rival. Argentina asimiló el golpe y pasó a dominar las acciones, por lo que a nadie extrañó el empate de Peucelle al promediar la etapa. Una sutil definición de Stábile, desde un ángulo muy cerrado, le permitió a la Albiceleste irse al descanso en ventaja.

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El centro delantero argentino Francisco Varallo casi estira la diferencia en el arranque del complemento, pero su derechazo dio en el horizontal, con tanta mala suerte que además agravó la lesión que arrastraba en una de sus piernas. Recién ahí la Celeste reaccionó y, con el aliento de los más de 60.000 uruguayos que se dieron cita al entonces novel Estadio Centenario, arrinconó a una disminuida Argentina contra su arco.

Con más guapeza que fútbol, la Celeste torció la historia en apenas 11 minutos. La igualdad la concretó Cea a los 57’, quién apareció por izquierda para concluir una buena jugada de un compañero por derecha, mientras que el 3-2 lo anotó Victoriano Iriarte a los 68’ con un fortísimo disparo de larga distancia.

Argentina no se rindió. De hecho, Stábile heló la sangre de los uruguayos al estrellar un remate en un poste sobre el epílogo, pero en la jugada siguiente Héctor Castro sentenció el pleito con un cabezazo desde el área menor.

La figura

Su voz de mando, capacidad de liderazgo y empuje desde el fondo cuando el equipo más lo necesitó hicieron de José Nasazzi el jugador más destacado de Uruguay en la final. Apodado Mariscal o Gran Capitán, Nasazzi no sólo fue el impulsor de la resurrección charrúa, sino que ese día se transformó en un ejemplo a seguir para los futuros portadores de la cinta.

Se dijo

“Yo ni pensaba en la pierna… ¡Qué pierna! Sólo quería ganar. Cómo sufría cuando los uruguayos se besaban la camiseta... Lo que habré llorado cuando terminó. Aún hoy me duele que perdiéramos aquel partido que teníamos ganado. A veces, en sueños, me creo que sí, que salimos campeones”.

El argentino Francisco Varallo, a FIFA.com, en una de sus últimas entrevistas.

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¿Qué pasó luego?

Uruguay no participó de las Copas Mundiales de 1934 y 1938. No obstante, provocó en la de 1950 una de las máximas hazañas futbolísticas de las que se tenga memoria, al derrotar al gran favorito y anfitrión Brasil (2-1) en el encuentro decisivo, hito que pasó a la historia como el Maracanazo.

De hecho, la Celeste perdió por primera vez un encuentro mundialista en Suiza 1954, al caer con Hungría (2-4) en semifinales. Allí terminó cuarta.

Argentina, por su parte, recién volvió a disputar la final de un Mundial en 1978, cuando se consagró campeona en su país luego de vencer a Países Bajos por 3-1.