sábado 12 marzo 2016, 22:11

Perfumo, el tornero que se convirtió en Mariscal

  • ¿De qué trabajás, pibe?

  • De tornero.

  • Bueno, dedicate a eso porque al fútbol no podés jugar.

Habrá tenido mejores predicciones el Gordo Díaz porque Roberto Perfumo, el pibe-tornero al que dejó libre con 17 años de River Plate, fue un crack. Crack en serio, uno de los mejores centrales de la historia del fútbol argentino.

En la era en la que los apodos tenían un sentido, el relator José María Muñoz lo bautizó El Mariscal del área. Y Perfumo jamás se cansó de darle la razón: mariscal suena tan dominante como elegante. Así jugaba, con los botines filosos con los rivales pero de seda para encontrar a un compañero.

No sólo el Gordo Díaz fue incapaz de ver algo en él. Antes lo habían rechazado Lanús e Independiente. Jugaba de volante por la izquierda y como cualquier jugador argentino nacido en la década del ’40 se había formado en alguna canchita de tierra del barrio. Pero él había sabido sacar una ventaja. “De pibe iba a la cancha de Racing a ver los movimientos de los tipos que admiraba y después los ensayaba en el potrero”, contó en la revista El Gráfico.

La supieron ver en Racing en 1961 y allí fue. Dejó la tornería pero no del todo. “Había empezado a los 13 años de aprendiz, un trabajo de mucha precisión, como el del área”,  bromeó con su fino humor. Mucha precisión para ser un tiempista fenomenal pero también para  encontrar el milímetro de carne rival más doloroso.

El ojo de un iluminado Juan José Pizzuti fue todo lo visionario que no había sido Díaz. El técnico de la Academia lo bajó del mediocampo al centro del área. Se habían lesionado los dos titulares y el DT lo puso junto al Coco Basile en el centro de la zaga en un partido contra Ferro. “Fuimos un desastre, los hinchas me querían matar. Le dije a Pizzuti que la cosa no iba a andar. El tipo insistió. ‘Vos vas a jugar ahí, vas a ir al seleccionado y me vas a traer un piloto de Londres cuando vayas al Mundial’”. Era agosto de 1965. En diciembre, Osvaldo Zubeldía lo llamó para jugar para Argentina. “No salí más”.

Ya había jugado los Juegos Olímpicos Tokio 1964 y llorado desconsolado tras la derrota ante los locales por 3-2., pero todavía era mediocampista. De 2 marcó una época. Jugó brillantemente la Copa Mundial de la FIFA Inglaterra 1966, en la que Argentina llegó a cuartos de final, y fue el capitán en la de Alemania 1974. Pero como muchos talentos de su generación fue víctima del caos que gobernaba la selección argentina.

"Cómo quemaba jugadores la selección era una cosa asombrosa", le confió muchos años después al periodista Pablo Vignone para su libro Así jugamos. "Era un descalabro total de organización. No se entrenaba, no se preparaban las cosas, no estábamos entrenados con la garra, las ganas, el entusiasmo que se precisaba”.

Ese descontrol propició en 1969 la única eliminación argentina en Eliminatorias al igualar con Perú 2-2 en La Bombonera y quedarse fuera de México 1970. “Aquella vez sentí ganas de dejar el fútbol, de irme lejos donde nadie me conociera”, reconoció luego.

El tango como filosofía de fútbol Ese día -y cuando perdió ante el Países Bajos de Johann Cruyff en 1974- deben haber sido los únicos momentos en los que sintió que el fútbol era imposible. Tanguero militante, había adaptado la frase que le dijo el eterno bandoneonista Aníbal Troilo, “el tango es fácil o imposible”. “El fútbol es igual, fácil o imposible”, aseguraba Perfumo. Y fácil lo hizo muchas veces, tanto como para imponerse en las batallas campales que se armaban en la época en la Copa Libertadores de América, de la que salió campeón en 1967 para después ganarle la Copa Intercontinental al Celtic.

O como para ser el primer argentino en convertirse en ídolo en Brasil al ganar cuatro títulos con el Cruzeiro.  O como para volver ya con 32 años, una edad avanzada en los ’70, y sacar a River Plate del escarnio de no ganar un título durante 18 años. Fue campeón tres veces con el Millonario y un día de 1978, con 36 años, envidió a la gente que disfrutaba del parque mientras él viajaba a jugar un Superclásico. Decidió que era tiempo de abandonar.

Probó con ser técnico pero los domingos prefería “comer ravioles y dormir la siesta”. Tener paz, disfrutar. Se dedicó al comercio textil y se alejó del fútbol por 10 años. Volvió en 1991 para ser nuevamente entrenador. Peleó un título con Racing y en 1994 ganó con Gimnasia y Esgrima de La Plata la Copa Centenario. Pero volvió a elegir “calidad de vida” y no volvió a dirigir.

Encontró el lugar para seguir vinculado con una pelota en el periodismo. A su rica visión de exjugador le sumó una mirada profunda gracias a sus estudios de psicología social. Por más de 15 años, El Mariscal hablaba -o escribía- y nadie quedaba indiferente. Murió el 10 de marzo de 2016 con 73 años al sufrir un accidente tras un aneurisma. Afortunadamente, nunca le dio bola al Gordo Díaz.