miércoles 22 febrero 2017, 09:26

Los Szymanowski, unidos frente a todo

Dos hermanos argentinos recién llegados a España. Una pelota. Y una vieja costumbre. “Llegamos por la noche y al otro día nos subimos a jugar al fútbol allí en la urbanización. Nos encontramos a dos chicos, nuestro primer contacto con chicos españoles. Jugamos un partido y alucinaron… sobre todo con Marianela”. Alexander Szymanowski, jugador profesional del Leganés, sonríe.

“Desde pequeñito yo recuerdo estar con ella jugando al fútbol en cualquier sitio. Siempre hemos sido equipo. Siempre era nosotros juntos contra los vecinos, los amigos, los de enfrente…” Marianela Szymanowski, jugadora profesional del Valencia, lo corrobora entre risas en esta charla con FIFA.com. “Nuestra infancia se resume en estar jugando fútbol juntos. No recuerdo otra cosa”.

Los Szymanowski contra el mundo. Primero en la periferia de Buenos Aires, en las calles de tierra de un precario barrio. Después en la sierra de Madrid, adonde llegaron con 12 y 10 años, respectivamente.

Inseparables, aunque las peleas estuvieran a la orden del día. “De pequeños nos peleábamos siempre, de pegarnos de verdad, ¿eh? A mis papás los volvíamos locos”, rememora ella. Ahora, sin embargo, son el mayor apoyo el uno del otro.

De ahí que Marianela estuviese “en shock” hace unas semanas mientras veía jugar a Alexander en el Calderón frente al Atlético de Madrid. Aquel campo en el que lograron colarse siendo adolescentes para ver un Atleti-Barça, cuando llegar al fútbol de élite se antojaba casi una quimera para ambos. “De estar casi ‘mendigando’ una entrada a verlo allá. No lo creía, te lo juro. Yo siempre suelo gritar y animarle en el campo, pero ni siquiera me salían las palabras. Estaba alucinando. Parecía un maniquí viendo el partido”.

Superando baches juntos Porque a Alexander, extremo veloz, le costó llegar. A sus 28 años está viviendo su primera temporada en Primera División. Por el camino años en tercera, segunda b… años en los que sólo una persona tuvo fe ciega en que lo conseguiría. “No sé qué me veía ella, qué sentía… pero era la única que me decía que iba a llegar. Yo me conformaba con vivir del fútbol y tener un sueldo digno”. Marianela lo explica. “No se lo decía porque me estuviera dejando llevar por las emociones, sino porque veía que tenía talento. Pero tenía que evolucionar física y psicológicamente. Le decía ‘aunque sea con 27 ó 28 años, pero tu techo va a llegar’… y así se dio”.

Ella, mediapunta, empezó en serio en esto del fútbol mucho más tarde, a los 16, en un equipo de fútsal. Pero a los 19 ya debutaba en Primera con el Atleti. “Juega tan bien que al final se ha tenido que dedicar a esto”, bromea Alexander.

Y eso que el destino se lo puso bien difícil. “En 2011 me dan una patada y se me rompen los dos meniscos, pero aparte se me daña toda la articulación. Fue una lesión muy extraña”. Empezaba entonces un calvario de dos años y medio que incluyó dos operaciones, visitas y consultas a especialistas de primer orden que buscaba Alexander y que no daban con la solución…

“Ni siquiera tenía una vida normal. No podía caminar ni estar más de media hora de pie. Era un sinvivir. Estuve hasta académicamente parada, porque el dolor me impedía incluso concentrarme para leer o estudiar”. Pero para ella, lo peor, era la amenaza de tener que dejar la pelota.

Alexander lo tiene claro. “Sólo su forma de ser la ha devuelto al fútbol. Cualquier otra persona, yo incluido, no hubiese seguido. Ahí es cuando te das cuenta de la hermana que tienes. Cobrando lo que se cobra en fútbol femenino… Lo que le costó en tiempo, salud y dinero…”

Pero para Marianela rendirse nunca fue una opción. “No me habría perdonado en la vida no haberlo seguido intentando. Me decía ‘hasta que me amputen la pierna no voy a parar. Si tengo dos piernas y dos rodillas tengo que seguir adelante hasta que no me duela. Tiene que existir ese día’”.

Y ese día llegó cuando conoció al doctor Ramón Cugat, uno de los mejores especialistas del mundo. “Fue como encontrar un ángel en mitad de ese túnel oscuro”, asegura. Al conocer su caso, la ayudó de manera gratuita. Y su diagnóstico, distinto a los que había recibido hasta entonces, la devolvió las canchas. En tres meses.

Una espina clavada La lesión le trajo muchas cosas malas, pero Marianela asegura que también las hubo buenas. “Estar sin jugar me hizo estar muy cerca de mi hermano y que le pudiera dar fuerzas viendo sus partidos”. Y además le reveló su otra vocación. “Me preguntaba mucho por qué no me curaba. Y eso me hizo leer muchas cosas sobre posibles tratamientos y me volví un poco friki de la nutrición y los cuidados para mejorar el rendimiento. El año que viene quiero empezar Fisioterapia e INEF (ciencias del deporte) y en un futuro me gustaría tener una clínica”.

Pero aún le queda mucho fútbol por delante… y un reto pendiente. Tras recuperarse, Marianela disputó en 2014 la Copa América con Argentina –terminaron cuartas, rozando la clasificación mundialista– , pero no lo hizo al 100%. “Suena un poco dramático, pero la energía que gasté en curarme fue tan grande que mi mente pegó un bajón y sentía que no era yo. Así que tengo esa espinita de poder demostrar mi fútbol con la selección”.

Lamentablemente, desde entonces la Albiceleste femenina no se ha vuelto a reunir. “Para mí todo se resume, si comparas Sudamérica con Europa, en que la mentalidad sigue siendo mucho más machista allá, y eso lleva a que el fútbol femenino no se cuide tanto”. Aun así, Marianela prefiere ver el vaso medio lleno. “Hay pinceladas de cambios positivos. Si en España y otros países está mejorando, y en Sudamérica un poquito también, vamos a pensar que pueda seguir la mejoría, aunque veo lejos su consolidación”.

Su hermano tampoco pierde la esperanza de verla de nuevo en la selección. “¡Es la internacional de la familia! Yo siempre le meto esa presión”, dice riendo. “Ojalá podamos verla pronto en un Mundial, unos Juegos Olímpicos o una Copa América. Yo estaría en la grada como un loco”.

Porque pase lo que pase Alexander y Marianela seguirán el uno junto al otro. Como cuando, de niños, desafiaban al resto del mundo armados con un balón.