lunes 30 noviembre 2020, 15:00

Gabarra y la primera vez de Estados Unidos

  • Carin Gabarra ganó el 1º Balón de Oro adidas de un Mundial Femenino

  • La ex estrella estadounidense habla en el aniversario de la primera final

  • Muestra su orgullo por seguir vinculada a su selección nacional

El término “pionera” se utiliza demasiado abundantemente al hablar de fútbol femenino, pero a Carin Gabarra se la puede incluir con toda seguridad en esa categoría.

Como primera ganadora de un Balón de Oro adidas en la historia de la Copa Mundial Femenina de la FIFA, Gabarra representa el principio de un legado. Famosa por su creatividad con el balón, la delantera deslumbraba al público con su habilidad mucho antes de que Rose Lavelle hubiese nacido siquiera.

Gabarra sabe lo que es subir al Air Force Two (el avión que transporta al vicepresidente de su país) con Jill Biden, y ha volado por todo el mundo para ser testigo del legado que ayudó a crear: la selección femenina de Estados Unidos.

Con motivo del 29º aniversario de la primera final de un Mundial Femenino, FIFA.com contactó con Gabarra, que lleva desde 1993 como entrenadora del programa de fútbol femenino de la Academia Naval estadounidense, para revivir ese histórico campeonato y para conocer en qué medida ha marcado de forma singular su vida.

Carin, ¿puede fueron los días previos al primer Mundial Femenino? ¿Podía prever lo bien que acabaría jugando?

No creo que ninguna de nosotras comprendiera lo que significaba. Habíamos ido a China probablemente tres o cuatro veces antes del campeonato mundial, así que estábamos acostumbradas al viaje, a la cultura, y a pasar tiempo allí. Eso ayudó muchísimo. Hubo un torneo importante allí el año anterior y lo hicimos bastante bien, no súper bien; y todas las selecciones europeas tenían campeonatos de Europa y jugaban con más frecuencia que nosotras.

No teníamos la misma sensación con un gran campeonato porque nunca lo habíamos vivido. Éramos un grupo de chavalas que se juntaban procedentes de institutos y universidades de todo el país. No sabíamos qué esperar ni cómo iba a ser, pero sí teníamos confianza en nuestras capacidades.

¿Cuáles son sus principales recuerdos de los primeros partidos del Mundial Femenino?

Fue emocionante tener a nuestros familiares allí y poder pasar tiempo con ellos. Tuvimos a nuestros propios aficionados allí, algo que nunca antes habíamos tenido. Sigue siendo un honor tremendo pensar en que jugabas para tu país. Ponerte el uniforme, llevar el escudo y representar a tu país es muy importante, pero hay que entender que entonces no había redes sociales ni Internet, por lo que allí solamente éramos nosotras y nuestros familiares. Creo que en casi todos los partidos se vendieron todas las entradas, por lo que había públicos muy numerosos.

Ir en autobús a todos los encuentros era bastante emocionante, porque podías ver a todos acudiendo en masa a los estadios; miles y miles de personas por todas partes, y era algo realmente grandioso. Era diferente a todo lo que habíamos hecho, porque podías decir que era un acontecimiento colosal, y era algo que nunca había pasado allí, ni a ninguna de nosotras.

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¿Y qué es lo que más recuerda de la final en sí?

Básicamente, el sentimiento posterior. No deja de ser el campeonato mundial, y estás intentando comprender lo que en realidad acabas de lograr. Fue un gran acontecimiento con un público magnífico. Noruega era un rival tremendo para nosotras; nos habíamos enfrentado mucho a las noruegas y manteníamos una rivalidad bastante grande. Como rivales lo hicieron muy bien sacándonos de nuestro juego, porque ellas jugaban con un estilo muy diferente y se les daba muy bien.

Eran muy buenas jugando balones largos y ganando todos los duelos por alto, y nosotras jugábamos a lo tiki-taka, con presión arriba y pases cortos. Jugamos seis partidos en menos de dos semanas, así que fue delirante. Todas estábamos agotadas, por lo que no fue necesariamente el mejor partido de fútbol, pero se redujo a echarle garra, a la preparación y a encontrar la forma de ganar. Fue una sensación magnífica a posteriori.

¿Cómo vive los Mundiales Femeninos hoy en día? ¿Qué sintió viendo la final de 2019?

Siempre ha sido impresionante. Eso es lo maravilloso de la selección de Estados Unidos: una vez que formas parte de ella, lo es para siempre. Nuestras antiguas jugadoras están súper unidas, bien informadas y manteniendo el contacto. Yo siempre me he sentido parte de la selección, incluso cuando me retiré. Este último combinado ha sido especial, porque sería difícil encontrar otro que predique así con el ejemplo. Las selecciones con las que compite son muy buenas y muy parejas. Además, no era un campeonato en casa, sino en estadios europeos, y hallando la forma de ganar regularmente contra selecciones muy buenas: eso es algo difícil de lograr. Todas tienen que mantenerse libres de lesiones y con buena forma física.

Hay muchísimas variables distintas. Estoy orgullosa de formar parte de ese legado y de estar vinculada con esa selección. Ahora ganan mucho más dinero y tienen más notoriedad, pero también se las critica por todo lo que hacen en sus redes sociales. Todo el mundo puede decir lo que quiera sobre ellas, así es que una dinámica totalmente diferente con la que yo no tuve que lidiar. Así pues, hay ventajas pero también adversidades por lo lejos que ha llegado el fútbol femenino.

En el Mundial Femenino de 2011, vivió una anécdota especial relacionada con cómo vio la final. ¿Qué nos cuenta al respecto?

Yo estaba trabajando en la Academia Naval, sentada en mi oficina. Entonces me llamaron al móvil y ponía “número no disponible”, así que supe que era alguien que no quería que supiese su número. Era el entonces presidente de la Federación Estadounidense de Fútbol, Sunil Gulati, y yo estaba en el Comité Técnico por entonces. Me dijo: “Oye, ¿quieres venir a la final?”. Respondí que sí, y él dijo: “Vale, te mandaré más detalles. Subirás al Air Force Two mañana”. Me dieron la autorización muy deprisa, porque, de hecho, el FBI me tiene tomadas las huellas dactilares en la Academia Naval, por lo que no tuvieron que hacer mucha burocracia conmigo.

Partimos de Washington DC, y había un montón de personas de áreas diferentes en ese vuelo: la doctora [Jill] Biden estaba allí, así como Chelsea Clinton y otras personas del Departamento de Estado. ¡Vaya viaje! Podías utilizar tu teléfono móvil en pleno vuelo, te ponían películas en pantalla panorámica, y todo el mundo se durmió todo el trayecto. Yo estuve hablando con todo el personal de las Fuerzas Aéreas y con los pilotos, preguntándoles por el avión. Estuvo fenomenal. Fui una protagonista pasiva de aquello.

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Uno de los momentos más significativos se produjo justo antes de que fuésemos al estadio para ver la final, cuando la doctora Biden me dijo: “Es muy curioso ver que tu conducta ha cambiado por completo”. Le respondí: “Claro que ha cambiado, ¡tenemos un partido!”. Saltaba a la vista el cambio en mí, porque el partido era súper importante para mí; era una final mundialista. Por desgracia, perdimos el partido, y resultó muy doloroso.

Íbamos en una caravana de tres o cuatro limusinas de vuelta al hotel en Alemania, y yo iba en la última. Entonces, la caravana se detuvo, y Jill Biden se bajó de la limusina delantera y se vino hacia mí, y me dijo: “Necesito pedir tu opinión”. Y yo pensé: “Esto es maravilloso. La mujer del vicepresidente de Estados Unidos está pidiéndome opinión ahora mismo”. Quería saber si debíamos ir o no a visitar al equipo porque había perdido, y yo le dije: “Por supuesto que sí. Usted es la mujer del Vicepresidente y está aquí para eso”. Fuimos al hotel de la selección y esperamos, e imperaba un humor de perros, sombrío. A nuestros equipos no les gusta perder... Entramos todos, y Jill Biden y Chelsea Clinton hablaron con el equipo.

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Por último, ¿qué esperanzas tiene de cara al futuro y al desarrollo del fútbol femenino? ¿En qué ámbitos espera seguir viendo un cierto crecimiento?

Simplemente deseo que sigamos ganando. Quiero que las estadounidenses sigan jugando a su nivel actual, que sigan siendo las mejores del mundo y puedan disponer de los fondos y el respaldo para competir a ese nivel sistemáticamente; y que puedan gozar de carreras profesionales —en mi época, nunca soñamos que eso ocurriría—. Quiero que las chicas persigan sus sueños; que las chicas más jóvenes jueguen con confianza y que sientan que son aceptadas y que son deportistas (no mujeres deportistas); y que puedan competir y jugar al nivel que elijan.